Descripción
La corona española prohibió el corso, la piratería sólo podían practicarla los enemigos luteranos, el esclavismo oceánico siempre fue una actividad ajena a las prácticas cristianas. Sin embargo, lo cierto es que el último gran negrero, era de Malaga y se llamaba Pedro Blanco; y el último pirata del Atlántico respondía al nombre de Benito del Soto y nació en Pontevedra. Mucho antes, en los años de la andante caballería, Pero Niño había sido un caballero navegante que saqueó naves y costas desde Tunez a Inglaterra. Y hasta Quevedo cantó al Duque de Osuna, el mayor armador corsario del Mediterráneo Oriental. De ello y muchos más trata este libro. Y lo hace con el rigor de una extensa documentación y la amenidad de una narración intensa, sin otro propósito que rescatar del naufragio playero de la memoria hispana el recuerdo de quienes por su cuenta y a su riesgo se lanzaron a la aventura en el mar, que siempre fue el escenario más propicio para todas las aventuras.